Le he
agarrado el gusto a almorzar sola de lunes a viernes. Mi libro (actualmente
Anna Karenina de Tolstoi), es la compañía ideal para hacerle un poco de cariño
a la mente y transportarme a la, medio enredada, realeza del antiguo imperio
ruso, donde 26 rublos eran un escándalo de dinero para una cena.
Cuando
llego al restaurante, trato siempre de saludar a quienes atienden, todas son
mujeres. Luego pongo mi atención en el capítulo que me toca leer, mientras
escucho de fondo el programa de espectáculos “Video Show”.
Un día, fui
a almorzar muy tarde y ya no había casi nadie en el restaurante. Hice lo mismo
de siempre. Al rato se acercó una de las meseras y me dijo: Disculpa, ¿De dónde eres?. De Perú, de Lima. Admito que me sentí un poco
desconfiada, no sé por qué.
Me confesó
que una vez me había escuchado hablar por celular en español y le dio mucha curiosidad saber de donde era,
pero que le daba un poco de vergüenza interrumpir mi lectura. Le conté un poco
de Lima, que hacía por acá, cómo era el clima allá, etc. Al rato llamó a sus
amigas y les decía: ¡Ven, ustedes no me creían, ella no es de acá!
Me la pasé
conversando con ellas, son muy divertidas. Ahora me sé el nombre de todas.
Ese día, me
cerqué a la caja a pagar, y la chica que me estaba atendiendo me preguntó si
finalmente me habían hablado. Le dije que sí, que querían saber de dónde soy.
Ella me dijo que más o menos ya saben la hora en la que suelo ir a almorzar y
que se “pelean” por atenderme. “Seguro
te has dado cuenta de eso”, me dijo. En realidad para nada, pero me gustó
escuchar eso :)
Ahora, cada
día que voy les enseño alguna palabra o frases en español. A veces les llevo
papelitos con las frases. Al día siguiente me las dicen y poco a poco están
comenzando a hablar. Una de ellas ya se inscribió en un curso de español.
La fase de
profesora se niega a que la olvide.
MP
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